Alicia Torres, ( Caracas, 1960). Poeta. Psicoterapeuta de orientación Jungiana. Facilitadora de Meditación e Imago-terapia. Libros: Fatal, Premio Fundarte de Poesía 1989. Consideración de La Rosa , Pequeña Venecia, 2000.
ASCESIS POR LA GRACIA El tiempo está alto y yo me miro vivir como quien ve por vez primera un paisaje alguna noche ya soñado. El tiempo está alto y yo me muevo presa del aliento sorprendido del que ensaya no tener mas ser tenido, mío el pie que avanza mas no el paso, mía la mano que acaricia mas no el gesto, mío el corazón más no el latido. Misterioso destino de mis huesos conocedores de la andanza, no el camino. Entregados al amor mas no al amado. a Juan Liscano MUJERES DE ATENAS Nosotras, en tiempos de guerra, somas unas combatientes admirables, aunque nuestros heroísmos estén hechos a la medida de un libro que nunca se escribió. A veces entregamos nuestras joyas a una causa que o entendemos del todo pero que íntimamente detestamos, y luego cuidamos, como siempre, de la casa con una expresión ambigua en las mañanas, que no es de miedo, pues o somos temerosas aunque la visión de muelles y aeropuertos nos estremezca hasta la nausea y nos persiga en el sueño. Es verdad que hilamos más que de costumbre pero es que estas telas recias nunca alcanzan para la vastedad de nuestros lechos. Casi todas tenemos la tendencia a coleccionar las cosa más triviales como caracoles y vidrios coloreados, y también todas pasamos muchas horas inmóviles frente a los espejos como tratando de develar algún misterio pero está visto que nunca es suficiente. Sólo nosotras sabemos cuánta amargura esconden unas manos quietas, cuánto oscuro deseo anida en lo sereno, cuánta violencia late en le sumisión. Nadie nos llama por las tardes y cuando rezamos a la sombra del altar del sacrificio pedimos de rodilla cosas que pertenecen a otra tierra y a otro cielo, a otro modo de estar en esta piel. Nunca hablamos con las otras del futuro -ese terreno fatal de la esperanza- pero frecuentamos secretamente los oráculos, con sus vísceras sagradas, sus hojas de eucalipto y sus sibilas, e indagamos afanosas en el aire cualquier signo que confirme nuestra más íntima sospecha. Jamás nos confesamos impotentes pues nuestra fuerza reside en el silencio, mas al quedarnos solas a la orilla de la noche interminable rogamos a los dioses una tregua o un cambio sutil para la historia.